jueves, 5 de agosto de 2010

Marcela

Marcela tiene 50 años. De las tres hermanas que son, ella fue el hijo varón que don Eduardo nunca tuvo. Mientras su hermana mayor se sumergía en las hojas interminables de algebra, matemática, química y física, ella se iba con don Eduardo a jugar al billar, las cartas, el softball y el domino. Fue la compañera eterna de su hermanita menor, quién entre historias inventadas, fantasías rehechas y juegos hasta largas horas de la noche se transformaba en la fiel guardiana de los sueños de la más pequeña de la casa.

Marcela siempre tuvo curiosidad por los coches, era una armadora eficaz de las piezas mecánicas descompuesta de los autos de su padre. A los 17 años, una tarde de verano, con un sol que lo quemaba todo, Marcela se planto frente a la pipa de su padre y sudándole las manos, le dijo: “Voy a estudiar Ingeniería Mecánica”, su madre que era su leal confidente observaba todo desde la ventana de la cocina, angustiada, distante sin quererse mojar. Don Eduardo, que era un hombre bastante gruñón, se le acerco y le replico: “La mecánica es para los hombres, y tu aunque no lo quieras ser, eres una mujer”. Marcela no hizo caso a la frívola respuesta de su padre y semanas después empezó a estudiar la carrera de Ingeniería Mecánica. Pasaron los años y Marcela se fue convirtiendo en la rebelde de casa, en la retadora constante de su padre, en la protegida de su madre y en la heroína de sus hermanas.

Don Eduardo, murió a los años y Marcela con un dolor interno de culpa inminente no logro reponerse, nunca le dijo a don Eduardo lo mucho que lo amaba. Marcela huyo del amor, de los hombres, del dolor; pero lo solvento con su ímpetu, libertad y soledad. Ella cambio el matrimonio por la soltería, cambio los príncipes azules por príncipes de carne y hueso, cambio los hijos por los sobrinos, cambio el catolicismo por el budismo, cambio la mecánica por la psicología, cambio la cotidianidad por las aventuras, resalto su feminidad, se entrego en cuerpo pero no en alma, amo su libertad, creció junto a sus amigos, vivió el dolor y las alegrías ajenas, las suyas mismas, las internas, todo la hizo ser en una amante de la vida.

Marcela como un ave alzo sus alas y se fue volando hacia ese mundo donde su imaginación la transformaba; pero en ese vuelo choco con Felipe, el domador de sus emociones, el amo de su cuerpo, el príncipe jamás pensado, ni creado en sus historia de niña, el segundo amor de su vida, lo más parecido a su padre. Marcela sin imaginarlo, fue ama de casa perfecta, se unió a él sin papeles, ni condiciones, ni mentiras, ni exigencias, ni queriendo que Dios fuese testigo del amor que se tenían, viajo con él a destinos desconocidos, maravillosos, descubiertos por solo ellos dos. Felipe fue su cómplice, su compañero, su adonis, su Hércules en la cama. Marcela renuncio a sus principios, a sus valores, a sus teorías, a su feminidad, se arranco los ovarios y los guardo en una cajita de madera cerca de su mesa de noche, sabiendo que estaban allí para recuperarlos el día menos pensado, porque simplemente ella amaba a Felipe a cambio de nada.

Marcela despertó a sus 50 años, dándose cuenta a lo que había renunciado, perdido, olvidado y allí callada, silenciosa, a veces débil a veces fuerte abrió la cajita dejada y se recoloco sus ovarios, como un acto femenino. Ahora Marcela como lo hizo a los 17 años, se planto frente a Felipe y le dijo: “Es tiempo de hallarme yo”, junto a ti, aun no lo sé”.

Ahora Marcela como muchas mujeres busca ser feliz.

Gaby

1 comentario:

  1. MARY ES BELLISIMO LO QUE ESCRIBES, DIOS TE HA COLMADO DE UN DON MARAVILLOSO, TIENES UNA MENTE CREATIVA MI LOCA, AUNQUE ESA HISTORIA SE PARECE EN ALGO A TI, EN LO LIBRE, EN LO UNICA Y PARE DE CONTAR.......

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