martes, 8 de noviembre de 2011

En esa ciudad

Camila llevaba una Yukata naranja, resaltaba entre todos los naranjas, que reposaban entre los árboles, que habitaban en el jardín de aquella ciudad de contraste y de historia profunda, el sol de verano bañaba sutilmente su rostro. Ella venía de Europa, era una sevillana de piel tostada, al contrario de él, Matías, quién venía de América, del país del tango, del buen vino y de Cortázar. Ambos, se habían conocido hace muchos años, donde la verde montaña era la vigilante de esa ciudad del valle, Caracas. Por el destino, coincidieron en Tokio, él iba de vacaciones y ella con su cámara quería registrar el transpirar de la tranquilidad de las tradiciones legendarias de Japón. Habían pasado 15 años, y repentinamente, Camila y Matías se encontraron en aquel jardín verde, donde los bonsái eran los testigos de ese encuentro oportuno. Ella lo vio de lejos y al instante lo reconoció, el por el contario se hechizo por su mirada y al acercarse, se dio cuenta que era ella, en esa ciudad a millones de kilómetros de distancia de su casa, de su antigua historia, de su despedida, de su abandono; pero allí en esa ciudad, rapazmente se reconocieron, sin darse cuenta de la cantidad de años, que les había pasado por delante de la vida.
Maga

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