miércoles, 22 de febrero de 2012

Acuerdo

Ella de mente vibrante, el de alma vibrante. Los dos al verse, vibraron, en ese bar de la calle REC, se reconocieron y dio pie al acuerdo perfecto, un acuerdo oportuno, que con el tiempo se disolvió y se convirtió en infortunito.

Ella lo vio de lejos, el la vio de cerca. Ella llevaba falda muy corta y escote atrevido, él iba de americana negra, ella tomaba una copa de Martini, mientras él se comía unas aceitunas acompañado con una copa de vinotinto, quizás era un tempranillo. El la miraba de reojo, ella sonreía, se acercaba. El pregunto, sin titubear ¿Cómo te llamas?, ella respondió, Carlota. Él le dijo, yo soy Miguel. ¿De donde eres? del Caribe, el sonrió. Ella se dio cuenta que no había nacido en la ciudad hechicera, donde el tiempo presente los llevaba de pasada. Luego de muchos chupitos de tequila, salieron como dos reptiles de ese bar de colores rosa fosforescentes.

Caminaron por la ciudad, la luna iluminaba el camino y la noche fría que se veía invadida por las calles húmedas, de ese sudor frenético que llevaban sus hormonas hasta desembocarlo en la cama. Allí, en medio de la nada, la mente de ella y el alma vibrante hicieron palpitar sus cuerpos, caricias, besos, sombras dibujadas en la pared, hicieron la danza perfecta, dos cuerpos hermosos con sus defectos se veían unidos en silencio. Gimieron al mismo tiempo, ambos iban con el compás musical exacto de sus respiraciones perdidas bajo las sábanas. Sin darse cuenta o dándose quizás, sin reconocerlo llegaron juntos, al orgasmo más sublime de los dos.

Se hizo de día, ella dormía de un lado de la cama, del izquierdo, el del opuesto, sin abrazarse, sin miradas, ni palabras bonitas, sin promesas, desnudos, tumbados sobre la cama. Ella, se levanto rápidamente, el aún dormido ni se entero. Ella salido de su piso, como fugitiva, como si hubiese cometido un crimen, no dejo huellas, ni rastros, ni nada de ella.

Pasaron varios meses, él no tenía ni pistas de esa mujer, que por una noche lo hizo vibrar. Un día en el vagón del tren, coincidieron, ella lo vio de cerca, él la vio de lejos, se acercaron y platicaron, luego quedaron. Salidas al cine, a cenar, al parque, sin sexo, fueron amigos. Ambos, lo tenían bastante claro, vibraban en sintonía distinta, y así fue el acuerdo, ser amigo y nada más. Pero una tarde de mayo, idearon un plan, ella necesitaba ser europea, y él brasilero. Entonces se plantearon casarse para ambos obtener la nacionalidad, él la de ella, y ella la de él.

Fríos y calculadores, hicieron un pacto. Al casarse, ninguno tenia compromiso con el otro, solo ir una vez al mes durante un año a presentarse en la procuraduría a testiguar su matrimonio feliz. Pasaron los meses, con un buen tiempo, su relación de amistad se iba fortaleciendo, trascendieron. Era un acuerdo de vida, de lealtad, de fidelidad. Hasta que una tarde, todo se derrumbo, cuando se dieron cuenta que se tenían unos celos enormes. Ya las historias de amores a ambos no les hacia gracia, y se evitaban escucharse uno del otro, hablarse de sus parejas.

Y con el limite de la locura, volvieron a la campaña nocturna, saciaron sus deseos, el uno del otro, sin reservas, rompieron el acuerdo, hubo caricias, besos, palabras bonitas, te quiero y en un instante miradas silenciosas, que descifraban el amor que ambos se habían negado a sentir durante tanto tiempo.

Ahora él, vive en el Caribe, y ella se quedo en Europa haciendo sus sueños y siguen manteniendo el acuerdo.

Maga

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