El 12 de febrero del 2014, las nubes de Venezuela se despejaron para brindarnos una mañana con un sol radiante que era la guía para todos los estudiantes y venezolanos que decidimos salir con nuestros pies descalzos ha dejar la huella tricolor de nuestra bandera en las calles de Venezuela. Teñidos de amarillo, azul y rojo, con nuestros ideales de lucha sobre los hombros, cargamos la alegría y el furor por cada ápice de nuestro ser. Nos dominaba el espíritu de creer que con nuestra voz alzada y el rechazo al miedo podíamos exigir a el Gobierno Bolivariano, un mejor país donde no nos aplastáramos unos con otros. Pasadas las horas de esperanza, el sol se oculto y del cielo las nubes empezaron a llover sangre. Los uniformados, con sus mascara de villanos macabros, sin piedad cerraron el paso a los estudiantes, los valientes que hoy y siempre serán recordados por su euforia de querer construir un país donde todos los venezolanos tengamos cabida, oportunidades, donde nos miremos a los ojos y nos reconozcamos, donde no se le niegue la mano tendida al otro, donde seamos capaces de tolerarnos, respetarnos, considerarnos y sentir compasión de cada uno de nosotros.
Los macabros vestidos de robot, sacaron sus armas para llevarse por delante cualquiera que estuviese en contra del régimen despiadado de Maduro y su equipo, lo que no creíamos era que cuando esa mañana del 12F salimos con los pies descalzos es que las huellas de los venezolanos que participaron en esa gran marcha fuésemos a dejar las huellas del silencio, con nuestros pies teñidos de sangre, ya no había amarillo, azul y rojo que nos guiara, solo el destilar del color rojo sangre espeso de los estudiantes caídos con su muerte, fueron cayendo frente a muchos que querían luchar; pero que ahora les atemoriza hablar, gritar, salir a la calle.....
Un año después nos quedan las huellas del silencio, deambulando por las calles de Venezuela.
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