Llevas una boina negra, tapas tus ojos con un antifaz ceñido a tu rostro, te mueves de un lado a otro y pasas desapercibido.
Con tu caminar lento y pausado, vas rozando tus labios con aquellas bocas inocentes que se dejan llevar, por tus encantos de mercenario.
Tímido; pero audaz, vas robando besos por toda la ciudad, y tienes el disimulo, (como un buen ladrón) , de ocultarlos en el interior de los bolsillos de tu pantalón.
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