Amar tiene unos rizos amarillos
como el sol, que se cuela entre los copos de los árboles en primavera. Su piel
muy blanca con mil lunares, de ojos verdes acuarela y mirada tímida. De labios
dulces como la azúcar, de curvas de guitarra y manos de pianista, vivía entre
el medio de las montañas, en una isla de las canarias. Cuidaba de su abuela Dora, conocida por todos por hacer el mejor sancocho canario en su restaurante
llamado; Doña Dorita.
Amar, tiene olor a mar salado. Todas las noches veía por la
ventana y contaba las estrellas, se decía que por eso, estaba cubierta de
tantos lunares. Cerraba los ojos y escuchaba el sonido del mar, las olas que rompían
fuertemente con las rocas, y luego de la tercera vez, cerraba sus ojos y a su mente
le venía una imagen de ella misma; pero
de piel canela, labios gruesos, pelo corto negro azabache bailando twist con un
hombre muy rubio, pero que ella no lograba verle el rostro porque la luz lo cubría,
sin poder descubrirle su cara, solo le escuchaba su risa, que era fuerte y
alegre.
Así pasaron los años y cada noche
Amar, se le repetía esa imagen, cada vez que miraba por la ventana ese mar
extenso que lo llenaba todo.
Un lunes de carnaval, llegaron a la isla unos
turistas italianos que venían de Roma. El tercer hombre (rubio, alto y delgado) entro al
restaurante, miró fijamente a Amar. Ella tímida e introspectiva, sonrió al
verlo, cerró los ojos y supo reconocer el sonido de su risa. Desde ese mismo instante supo que aquel hombre,
era con quien ella había bailado en su vida pasada.
Maga
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