Hace poco, en una honesta conversa con una de mis buenas amigas, al verla deprimida y desconsolada, me aventuré a pedirle que me dijera con precisión qué era exactamente lo que quería en este momento de su vida. Ella, una mujer resuelta e independiente, inteligente y exitosa, suspiró ante mi pregunta impertinente, miró al techo y confesó por fin: Romance, es eso mucho pedir, coño, lo que quiero es romance.
Ante una declaración como esta, fui yo el que entonces suspiró y miró al techo un tanto harto del temita.
¿Y a qué te refieres tú con romance? Le pregunté de inmediato, porque es que mi mente racional y básica no acostumbra a perseguir abstracciones, y la verdad, no tengo yo mucha idea de lo que para ustedes compone el bendito romance. Mi amiga tampoco lo tenía muy claro, de allí que le resultara tan difícil obtenerlo.
A raíz de aquella charla, y dispuesto a conseguirle alguna receta asertiva para lograr su deseo, me lancé heroico a especular sobre un tema tan trillado como nebuloso.
De las definiciones de diccionario, la que más me gustó es la que se refiere al romance como un subgénero narrativo de carácter fantástico. Ese "fantástico" me sonó acertado.
Ustedes, el romance, lo llevan en sus fantasías, de modo que no se trata de algo real. Pero si, digamos, decidiéramos volverlo algo cierto, ¿cómo podríamos concretarlo? Acto seguido me vino a la mente la clásica cena a la luz de la luna con velas y vinos y afines.
Muy bien, supongamos que se puede crear el escenario, ¿ahora qué? El sujeto, desde luego. Tomando en cuenta que la cosa sucede en sus cabezas, en relación a las expectativas que ustedes solitas se crean y que poco tiene que ver con lo que de hecho pasa, el hombre de la cena poco importa, sólo tendría que combinar con el decorado y ajustarse a sus respectivos modelos de "príncipe". Tendría el hombre que aportar, eso sí, la charla adecuada, el sentido del humor, la combinación de ropa perfecta y, claro está, traer a la cena "el detalle romántico" de rigor. Si el tipo, además de querer tener sexo contigo, muestra interés en oírte, estaría ofreciéndote otro de los ingredientes necesarios para que la cosa cuaje: la promesa de futuro. Por último, el galán deberá tener carácter, mostrarse decidido y dejar entrever un misterio, ocultar algo, proponerte un reto y tal vez insinuar que llegado el momento tendrá la capacidad de hacerte sufrir. Esto, de prolongarse a varias citas, podría ser considerado por la mayoría de ustedes como "romance".
Ahora bien, un tanto cansado de esta telenovela edulcorada que tantas veces ya te ha hecho llorar, te propongo que redefinamos la cosa al menos para probar. En lugar de darle tanta importancia al decorado, concéntrate en hacer una lista concreta de las características del hombre con el que quisieras compartir tu vida. Deja la tontería con el detalle y la regaladera de cosas y busca más bien un hombre que te ofrezca interés honesto. En lugar de plancharte el pelo durante hora y media, consíguete un tipo con el que puedas ir a cenar tal cual eres tú, sin personajes de mujercita perfecta y sin tanto maquillaje (de cara y de opiniones). En vez de salir con un desconocido que te prometa frágilmente una posible llamada, sal con uno al que conozcas y que puedas llamar tú. Uno que no te venda paquetes fantásticos sino que te diga algunas verdades. Un hombre que te ayude a descifrar lo que quieres de la vida y con el que puedas armar un plan de acción para convertirte por fin en la mujer que siempre has querido ser. Tal vez un amigo que evolucione contigo sin cancioncita, sin flores y sin tanta paja, pero con mucho tino, respeto y admiración.
A lo mejor soy a pesar de mí mismo un romántico, pero creo firmemente que allá afuera está esperándote ese tipo, el de tu vida, y sólo tienes que buscarlo con claridad. Y a menos que te guste el drama, esto que te propongo sí me suena auténticamente romántico.
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